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martes, 26 de marzo de 2013

Perfección imperfecta

No sé como presentaros a la protagonista de esta historia. Podemos describirla como alguien fuerte de espíritu, invulnerable a toda preocupación, ansiosa de llegar a lo más alto, luchadora independiente hasta el final, navegante sin pausa durante cualquier tempestad, aferrada a sus propias ideas y sueños; claramente, una persona al roce de la perfección. 
Todos lo días cruzaba la puerta de su casa con la mente ordenada y todas las posibles preguntas tenían la respectiva respuesta. Alzaba la mirada al cielo para asegurarse que el sol la sonreía como cada día. Caminaba por la acera y observaba como las preciosas flores desprendían un olor hipnotizante. Fijaba la mirada en el reflejo que le devolvía cada uno de los escaparates y orgullosa, seguía su camino con paso firme. Se veía perfecta, única e imbatible.
21 de septiembre. Otro día por el que luchar, pero no tenía en cuenta que no sería igual que los demás. Abrió la puerta con energía y se paralizó al instante. Sus piernas no respondían, su cabeza tan ordenada se llenó de inseguridad. Espesas nubes grises escondieron todos los rayos del sol. Las flores ahogadas en agua ya no se aguantaban de pie. Los escaparates devolvían la imagen de una mujer con ríos negros desprendidos de sus ojos, el pelo enmarañado y empapada por gotas de imperfección. En ese momento necesitaba a alguien que sujetara el paraguas que jamás preparó.





viernes, 22 de marzo de 2013

Mensaje sin remitente

Cuando somos niños a todos nos gusta que nos cuenten largas historias una noche de invierno, donde las palabras son nuestra única compañera. Prendamos la chimenea, apaguemos las luces y recostaos en algún lugar apacible, que esta historia va a ser de esas que contéis a vuestros hijos, como mi abuelo un día me contó a mí.
Humedad, frío, nieve, las calles vacías, el suelo helado. Un típico día invernal en una pequeña ciudad del norte. Todos sus habitantes resguardados en casa, intentando matar el aburrimiento con cualquier programa absurdo en la televisión. Una mujer sentada en el porche de su humilde casa. Sus cabellos rubios y suaves como la seda se les llevaba el viento, a la vez que su tez blanquecina mostraban su pureza interior y sus labios sonrosados ansiaban un último beso. Un último beso de un amor que hace tiempo que se fue y prometió volver. Todas las puestas de sol, esta mujer se apoyaba en la barandilla, ya que como bien dijo su amado “Volveré cuando menos te lo esperes, en la más bella puesta de sol” y ella prometió que esperaría hasta su último aliento. Esperó semanas, meses, años…pero los días abrumados de tormentas, nunca la dejaban ver el sol ponerse.
Un 25 de enero; un día como cualquier otro, se levantó, alzó la vista y encontró en una pared colgada, la imagen de lo que día a día mantenía esperando su corazón palpitante. Bajó las escaleras una a una, llegó a la puerta y para su sorpresa, se encontró una carta, sin remitente. La recogió del suelo, se sentó en una silla en la cocina y resquebrajó el sobre con cierta curiosidad. Con cada línea que leía, sus pupilas se dilataban y su rostro se volvió pálido. Sus dedos tensos arrugaron el trozo de papel y lo apretujaron contra sus manos. Se puso en pie y comenzó a golpear todo objeto que se interpusiera en su camino. Poco a poco, la ira se apoderó de la anteriormente, humilde vivienda. Sus paredes se volvieron grises, y las ventanas rotas manifestando la ira humana. Las estrellas no volvieron a ver esa tez blanca y a iluminar esos ojos de avellana. Todos los días se sentaba en la silla de la cocina a la vera de la ventana, clavando sus ojos en un punto fijo, esperando el momento, el momento en el que llegara su venganza.
Habían pasado 20 años y la casa se iba cayendo a pedazos. Su alma seguía esperando al acecho en busca de venganza. De repente, se oyeron pasos; alguien llamó a la puerta. El frío helador del cuchillo que sujetaba la mujer se sentía en toda la casa. Giró el pomo de la puerta, alzó el arma por encima de su cabeza, y sin compasión se lo clavó en el corazón. El hombre sujetaba unas cartas en la mano que se vieron salpicadas de sangre roja cargada de ira. Estas cayeron una a una al suelo, y rápidamente la mujer cogió las cartas, las inspeccionó también y encontró un sobre blanco sin remitente. Sintió una punzada en su corazón y corrió escaleras abajo al desván a guardarlo en un baúl que cerró con llave, la cual rompió previamente. Corrió a recoger el cadáver de la entrada y levantando algunas baldosas de la cocina, lo introdujo en el suelo y lo escondió. Un silencio sepulcral inundó el ambiente. El cuerpo de la mujer había conseguido la paz que llevaba ansiando durante años. La tensión desapareció de su rostro. Ya había conseguido su última meta en la vida, lo había conseguido, su venganza había sido realizada. Se recostó en el sofá y poco a poco se le fue nublando la vista y sus párpados acabaron escondiendo su mirada. Se oyó un golpe. ¿De dónde provenía? Otro golpe. Otro más, y otro, y otro. Cada golpe se acompasaba con cada latido de su corazón. El ruido venía del sótano. Otro golpe. Los nervios le recorrían por dentro, pero decidió bajar los escalones con precaución. Otro golpe. Abrió la puerta que chirrió y se estremeció aún más. De repente vio como un baúl de madera ennegrecida por el paso del tiempo, se movía y pegaba golpes contra el suelo y la pared. Retumbaba toda la habitación. Su  cuerpo le pedía salir corriendo, pero su corazón le llamaba a gritos para que se acercara al baúl. Se  puso de rodillas en frente de él, y para su sorpresa, se abrió y un sobre blanco como la nieve saltó y cayó sobre sus manos. Abrió la carta y notó la textura del papel sobre sus manos, la olió y la desplegó con sumo cuidado. Deslizó sus ojos a lo largo de las líneas y sus pupilas se empezaron a llenar de amargas lágrimas. De repente, todo comenzó a dar vueltas y se hizo la oscuridad. Se  levantó repentinamente del sofá. Miró las palmas de sus manos; estaban llenas de tinta negra como la de la carta. Las palabras avanzaban rápido por la piel de sus brazos hasta inundar todo su cuerpo. El peso fue demasiado y no pudo evitar caer al suelo. El mismo suelo donde el cadáver estaba escondido. Su corazón agazapado y destrozado por la venganza se escondió tanto que dejó de sentir sus latidos. No podía soportar tal pesar. No podía seguir viviendo con todos esos remordimientos comiendo su interior. Se arrastró hacia la cocina, empuñó un cuchillo y otra vida desapareció del mundo. Ni siquiera se percató de que lo había clavado en el lugar en el que el corazón supuestamente debería asentarse, pero habría dado igual, porque este ya no existía, había sido consumido por sentimientos impuros que el ser humano no puede soportar. Se mantuvo de rodillas hasta que su último aliento marcó el final de la vida.
¿Qué ponía en la carta que contenía aquel misterioso sobre? ¿Qué pudo haber sido lo que la haya provocado tanta ira como para conseguir matarla a ella misma? Llevaba esperando a su amor demasiado tiempo, pensó que la habría abandonado. En cada una de las cartas solamente explicaba que el día que tenía previsto volver a su lado, se había alargado. Pensó que la engañaba, empezó a desconfiar de su amado. La ira recorrió su alma, la destrozó e intentó calmarla quitando la vida al portador de su desgracia. Tras esto, se dio cuenta que se había dejado llevar por impulsos negativos y que el mundo había perdido una vida por una mal interpretación suya. No pudo soportar esa carga, ni olvidar todo lo ocurrido y se hundió en su cólera. Esto demuestra que lo que más le duele al corazón es el intento de olvido.

sábado, 9 de marzo de 2013

Te invito a soñar conmigo

Todos hemos sido niños. Si, niños de esos que corren a todas partes y no se cansan, que lloran cuando tienen hambre, que no tienen vergüenza de nada y que ningún obstáculo les para. Pero también son los mayores soñadores del mundo, porque nada les importa más que llegar a donde se lo proponen. ¿Y nosotros? ¿Se nos está permitido soñar? Soñar es un don sin fecha de caducidad que nos da la vida. Cierra los ojos, empieza de cero y sueña. Supera horizontes, navega por los maravillosos sueños que tu mente esconde. Busca en tu corazón ilusiones y metas, y lucha por conseguirlos. Porque los únicos imposibles que existen son los que nos ponemos nosotros.