Pensando en
todas mis desgracias que me acompañan durante esta larga vida, paseo por la
calle soledad arrastrando mis pies, y con ello todo lo perdido. Era ya de noche
y finos copos de nieve reposaban en mis pies, impidiéndome avanzar cada vez mas
y mas. Me detuve ante la ventana de una casa de escasa altura, me digné a mirar
en su interior. Todo brillaba ahí dentro, al contrario que en la calle. Un
cielo negro como el carbón sobre mi cabeza me impedía ver con claridad, igual
que todas mis decisiones en esta vida. No me quedaba nadie por quien vivir,
ningún camino que seguir. Me senté en la fría nieve que recorría todo mi cuerpo
como un escalofrío breve, pero intenso. Una anciana se detuvo al veme. Se
agachó, y lo único que encontró, fueron unos ojos cansados de llorar y una
mirada perdida en la inmensidad del recuerdo y la duda. Ella me sonrió, yo la
dije:
-Esa
sonrisa que usted me ha regalado, no puedo aceptarla, no soy merecedor de ella.
Fijó su
mirada en mí y me dirigió otra sonrisa. En ese momento me di cuenta que era
sordomuda. La anciana se agachó y con el dedo rojo de frío, empezó a a escribir
un mensaje en la nieve, que decía:
“Navidad es
un momento de felicidad, de recordar, de perdonar e intentar”
Se levantó
del suelo, se dio la vuelta y empezó a caminar. De repente, un destello me
deslumbró y tuve que taparme los ojos. Segundos después levante la mirada y la
anciana no estaba allí. Por la misma callejuela, asomaba la cara de una mujer.
La miré con intriga y asombro al descubrir que era ella. Esa persona que me había
hecho pasar buenos momentos junto a ella. Esa persona que siempre ha estado
ahí. Esa persona que es mi razón de vida. Y yo a cambio no la había llevado más
que desgracias y engaños, se acercó a mi, no me dejó hablar, solamente se oyó
su voz que decía:
-El pasado
cambiar no puedes, pero puedes arreglarlo con el presente.
Fui a decir
algo, pero ella interrumpió mis palabras besándome en los labios. Estrellas
empezaron a decorar lo que antes era un cielo oscuro y tenebroso…